Razones por las que no debería
sentirme atraída por Troy Serrano.
Número uno: Es odioso.
Número dos: Él y yo fuimos enemigos hace más de una década en el instituto.
Número tres: Es el exnovio de mi amiga.
Podría seguir y seguir, de
verdad.
Cuando mi jefe me da una tarea no deseada y me dice que implica pasar tiempo con el nieto de uno de nuestros residentes, el nieto resulta ser Troy. Ahora es tan exitoso como innegablemente guapo.
Qué suerte tengo. Cuatro horas a
la semana de tener que lidiar con su insufrible personalidad y sus consejos no
solicitados.
El único consuelo es poder mirar
fijamente su cara de fastidio entre nuestras muchas discusiones.
Con el tiempo, sin embargo, nos
vamos haciendo amigos y nuestras salidas se convierten en algo que me hace
ilusión.
¿Qué me está pasando?
Al parecer, entendí mal la tarea,
porque ciertamente no incluía pensar en Troy cuando cierro los ojos por la
noche, imaginando cómo sería estar con él... sólo una vez. Mientras me odio a
mí misma por fantasear con un tipo que no me conviene. Un tipo cuyo auto rayé
en su día. (Larga historia, pero se lo merecía).
Eso es todo lo que es: una
fantasía.
Bueno, hasta esa noche en el bar.
La noche en que Troy y yo nos
encontramos, y toda nuestra frustración acumulada sale a relucir.
Aun así, me niego a aceptar que
eso signifique algo.
No es posible que el tipo que se
supone que debo odiar sea también aquel sin el que no puedo vivir.
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