Estoy atrapada por la nieve en una cabaña con el hombre más exasperante del mundo. Quizás me arriesgue con los lobos...
Cuando mi mejor amiga descubrió que estaría sola durante la Navidad, me ofreció una estancia de una semana en la cabaña de su familia en Idaho. Estaba en la fecha límite de publicación de mi último libro y tenía muchas ganas de pasar una semana acogedora junto al fuego, acurrucada en un pijama de franela con mi computadora portátil y chocolate caliente.
Sola.
Imaginen mi sorpresa cuando llegué a la cabaña durante una tormenta de nieve y la encontré ya ocupada. Por un rostro demasiado familiar y unos abdominales cincelados. Aunque habían pasado diez años desde la última vez que vi a Chase, él no tuvo ningún problema en continuar exactamente donde lo dejamos. Tenía un gran problema con eso. Sin importar lo que me lanzara: el viejo apodo, las burlas, su sonrisa encantadora o incluso esos abdominales cincelados (¿ya los mencioné?), me negaba a dejar que se acercara a mí después… del incidente. No, yo no. Estaba hecha de piedra.
Desafortunadamente, estoy empezando a comprender que cuando golpeas a Chase
contra una piedra… salen chispas.
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