Allí estaba yo, vendiendo bikinis
en mi camioneta en South Beach Miami, preparándome para iniciar un concurso de
camisetas mojadas cuando se me acercó el mayor gruñón del mundo: Keller
Fitzwilliam.
El hombre tenía el acento británico más sensual que jamás haya escuchado. Y
parecía que acababa de bajarse de un barco vikingo y ponerse un traje hecho a
medida para su impresionante musculatura. El único problema es que tenía la
calidez de un picahielo y no paraba de decirme que estaba aquí para llevarme a
su país de origen.
Así que, después de comprobar los hechos, mi trasero en bikini se fue con él a un país sub-ártico del que nunca había oído hablar al norte de las Islas Británicas, donde descubrí que mi abuelo era el rey de dicho país helado, y yo la única heredera.
Desesperada por saber más de mi madre, decidí darle una oportunidad a esto de ser princesa.
Buena idea, ¿verdad? No.
Porque el Señor Picahielos fue puesto a la tarea de entrenarme y no sólo es frío como el hielo, sino que es presuntuoso, irritante y posesivo. ¿Y mencioné que tenemos que compartir un baño en un pequeño castillo?
Somos agua y aceite todos los días y, aunque me está entrenando para ser reina, tengo un deseo latente de arrodillarme ante él.
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