Trato de comer crepes en las
terrazas como si fuera un rasgo de personalidad.
El brunch es mi mermelada. Me gustan la playa, las compras, los carbohidratos y leer libros obscenos en el tren durante mi viaje. Me visto de rosa. Montón de rosa. Si Tinder fuera un deporte olímpico, me llevaría el oro a casa. Puedo lucir tacones de aguja como si fueran unose joggers de Nike. Soy básicamente sencilla.
Estoy en el mejor momento de mi
vida. Tengo el trabajo de mis sueños como jefa de marketing en una gran
empresa, y he estado saliendo constantemente conmigo misma durante la
mejor mitad de la última década. ¡Tengo treinta años, soy coqueta y estoy
llena de vida!
O al menos lo estaba, hasta que
un idiota tuvo la audacia de convertirme en vampiro.
No me gusta la sangre, la muerte
ni la penumbra. Seguro como el infierno que no me gusta dormir en un
ataúd, evitar el pan de ajo ni estas ridículas políticas de vampiros. Y
no me hagas empezar con Diego. Es un vampiro de la realeza y un dolor en
mi trasero. Un dolor muy sexy en el trasero. Cuando no me está volviendo
loca con todas sus reglas, está convirtiendo mis bragas en las cataratas del
Niágara.
Me niego absolutamente a vivir el
resto de mi vida inmortal como si fuera una aspirante a salir en un video
musical grunge de los noventa.
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