La última vez que vi a Nevada
Kane, tenía diecisiete años y él estaba cargando sus cosas en la parte trasera
de su camioneta, a punto de embarcarse en un viaje de catorce horas hacia la
única universidad que le ofrecía una beca completa para jugar al baloncesto.
Le dije que le esperaría. Él
prometió hacer lo mismo.
Pero la vida pasó.
Rompí mi promesa mucho antes de
que él rompiera la suya, y no porque quisiera.
Nunca volvimos a vernos...
Hasta que, diez años más tarde,
Nevada regresó inesperadamente a nuestra ciudad natal tras una abrupta retirada
de su carrera profesional de baloncesto. De repente estaba en todas partes,
siempre mirándome fijamente con esa mirada melancólica, sin devolverme las
sonrisas ni los saludos.
A lo largo de los años, había
oído que había cambiado. Y que, a pesar de sus contratos multimillonarios y su
éxito desenfrenado, la vida no había sido tan amable con él.
Era viudo.
Y padre soltero.
Y se rumoreaba que había pasado
los últimos diez años tratando de olvidarme, negándose a pronunciar mi
nombre... odiándome.
Pero, como un rebote en
baloncesto, ha vuelto.
Y tengo que creer que todo sucede
por una razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario