Le ofreció más que un trono.
Más que el Inframundo.
Le ofreció un amor que resistiría la prueba del tiempo.
Doncella, Hija, Diosa de la Primavera. Tiene muchos nombres y ninguno encaja.
Kore vive su vida en una jaula dorada, amada por todos pero comprendida por
nadie.
Cuando Hades aparece de la oscuridad con promesas de medianoche y gloria en su
lengua, le ofrece un reino. Pone la eternidad a sus pies. La invita a comer y
beber de la tierra de los muertos. El icor tiene un sabor amargo, pero nunca
sintió un escozor tan emocionante.
Entonces, la llama por un nombre nuevo. Perséfone.
Portadora de la Muerte.
Pero los dioses los quieren separados, y pocos pueden engañar al Olimpo. Por
supuesto que come la granada. Se la ofrece con la promesa de poner el mundo a
sus pies. Pero ella solo lo quiere a él...
Ellos la llamaban monstruo.
Él la llamaba su amiga.
Pero aun así le cortó la cabeza.
Se suponía que enviar a Medusa a trabajar en el templo de Atenea la mantendría
a salvo. Protegerla de miradas errantes, porque su madre temía que tal belleza
pudiera traerle la muerte. Pronto, aprendería, que el temor era de hecho una
profecía.
Todo lo que hizo falta fue un vistazo para que Poseidón supiera que tenía que
tenerla. Una mirada. Una noche fatídica. Y la vida nunca volvería a ser la
misma.
Atenea, furiosa por lo que sucede esa noche entre su sacerdotisa y su hermano,
no le importa que Medusa haya sido una participante involuntaria y la maldice
para que ningún hombre la desee nuevamente.
Pero a Perseo no le importa que Medusa sea un monstruo. Sin importar a cuántas
mujeres encuentre, su memoria lo atormenta. De modo que, la apoya, un amigo…
hasta que se le da la oportunidad de casarse con una princesa y ocupar el lugar
que le corresponde como hijo de Zeus.
Ahora no se detendrá ante nada para conseguir su trono. Incluso si eso
significa matar a su amiga.
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